Por Santa Lucía...

Por Enrique Pérez Montero (IAA-CSIC)
16 Noviembre, 2017

Uno de los síntomas en las etapas iniciales del desarrollo de la retinosis pigmentaria, que es la tercera causa de ceguera en el mundo y la primera de carácter congénito, es la ceguera nocturna, también llamada nictalopía. Las celulas fotorreceptoras de la retina denominadas bastones, que son aquéllas responsables de la sensibilidad del ojo humano a la luz en condiciones de baja luminosidad, son las primeras en degradarse y dejar de ser funcionales, así que las personas con retinosis suelen sentir los efectos de esta patologia a través de una mayor dificultad para percibir detalles o definir formas cuando es de noche o hay poca luz en general. Esto condiciona en cierta manera la vida de los enfermos, que suelen limitar las actividades nocturnas y estar muy pendientes de las horas en que el Sol es visible por encima del horizonte. Es muy habitual decir que las personas con retinosis “hibernan”, ya que es durante el invierno cuando hay menos horas de luz solar.

 

Santa Lucía

 

Es por ello que la fecha en que los días dejan de acortarse y comienzan a ser más largos es recibida con especial alegría por este colectivo y se toma como un momento de gran trascendencia a partir del cual se reconquista una mayor fracción de tiempo diario para hacer más cosas al aire libre y salir más con menos dependencia. Es tradicional usar el dicho popular “Por Santa Lucía, las noches se acortan y se alargan los días” como regla memotécnica del momento en que según la sabiduria popular el Sol empieza a recuperar terreno frente a las largas noches de invierno. Curiosamente Santa Lucía es la patrona de los invidentes, entre otros colectivos como los pobres y los niños enfermos. Además los creyentes suelen recurrir a esta santa siciliana para pedir su mediación ante cualquier problema ocular. Seguramente el origen de este vínculo entre la mártir del siglo III y el sentido de la vista venga de la relación entre su nombre y la palabra latina lux, pero también circula la leyenda de que la joven Lucía se arrancó los ojos para entregárselos al joven que la había denunciado por ser cristiana, despechado por la negativa de la muchacha a renunciar a Dios y ser su prometida, hecho que no impedía que pudiera seguir viendo durante el juicio que la condenó a martirio.

 

Así pues, la fecha del 13 de diciembre, día de Santa Lucía, adquiriría una doble relevancia en el hemisferio norte al coincidir el comienzo de la tendencia a aumentar las horas de luz con el carácter de la santa. Por otro lado, sabemos que el 13 de diciembre es una fecha demasiado temprana para que la tendencia a que los días se hagan más largos comience. Esa fecha, en realidad, corresponde al solsticio de invierno que, según los años en la actualidad, oscila entre el 20 y el 22 de diciembre coincidiendo con el momento en que el Sol adquiere su declinación mínima en el hemisferio norte, que es de -23,5 grados, la misma inclinación del eje de rotación de la Tierra respecto al plano de traslación de la Tierra alrededor del Sol. No obstante, el dicho popular que relaciona el solsticio de invierno y la festividad de Santa Lucía tiene una base real y su origen se sitúa en la Edad Media, justo antes de la reforma del calendario Juliano, que fue sustituido por el gregoriano, corrigiendo el desajuste entre las fechas y los comienzos de las estaciones.

 

 

El calendario juliano fue impuesto por Julio César en el siglo I a.C. para intentar coordinar precisamente la duración del año con el comienzo de las estaciones, de tal manera que para ello introducía por vez primera los años bisiestos. La adición de un día más cada cuatro años compensaba que el año trópico durara casi 6 horas más que los 365 días en que se estipulaba la duración de un año civil. Un año trópico se define como el lapso de tiempo transcurrido entre los momentos en que el Sol ocupa la misma posición en la bóveda celeste, es decir, el tiempo que tarda el Sol en dar una vuelta completa a la eclíptica, que es su trayectoria aparente en el cielo y que es de 365 días, 5 horas y 48 minutos. El nombre de bisiesto viene del hecho de que el día adicional era la repetición del 23 de Febrero, seis días antes del comienzo del año en el imperio romano, que era el 1 de marzo, mes consagrado al dios Marte.

 

Solsticio de inviernoNo obstante, la incorporación de ese día adicional no corregía plenamente la desviación entre la duración del año civil y el año trópico y a mediados del siglo XVI la desviación entre el comienzo de las estaciones y las fechas esperadas para tales eventos era ya de diez dias, debidos a los 12 minutos que se añadían de más cada cuatro años. Esa desviación es la que provocaba que el solsticio de invierno y la fecha de Santa Lucía coincidieran en el calendario. Por ese motivo el papa Gregorio XIII impulsó la reforma del calendario juliano y se implantó el calendario gregoriano que es el que disfrutamos en la actualidad. En esta reforma se adelantó la fecha en 1582 del 4 al 15 de octubre para corregir el desajuste. Además se decidió que el día adicional en los años bisiestos se añadiera el último día de febrero, y no el 23 y, finalmente, para evitar la sobrecorrección en lo futuro se decidió que los años múltiplos de 100, siempre y cuando no lo fueran también de 400, no fueran bisiestos. Así, no han sido años bisiestos 1700, 1800 y 1900 y no lo serán 2100, 2200 ni 2300, pero por el contrario el año 2000 sí lo fue. Eso no deja de ser una lástima porque hubiera supuesto una buena forma de divulgar el calendario gregoriano, algo totalmente desapercibido para la generación actual.

 

A pesar de que ya han pasado más de cuatro siglos, el mito de Santa Lucía y el comienzo del invierno aún perdura en la sabiduria popular, pero el calendario gregoriano no fue implantado en toda Europa de manera simultánea al ser impulsado por la Iglesia Católica en plena Reforma Protestante en el norte de Europa. En Inglaterra, por ejemplo, el calendario gregoriano no fue implantado hasta el siglo XVIII, así que durante casi doscientos años ha habido un desajuste de diez días con las fechas de Europa continental. Es conocido, por ejemplo, que Miguel de Cervantes y William Shakespeare fallecieron la misma fecha, el 23 de abril de 1616, pero que éste último lo hizo diez días más tarde.

 

Otro desajuste notable, aunque de menor connotación para el calendario, entre el comienzo del invierno y la fecha en que se supone que debería producirse se debe al movimiento de precesión de la Tierra. Este movimiento es un bamboleo que sufre la Tierra completando una vuelta cada poco menos de 26.000 años y es debido a la inclinación del eje de rotación de la Tierra respecto al plano de órbita alrededor del Sol y a que la Tierra no es una esfera perfecta, sino achatada por los polos, de tal modo que la atracción gravitatoria del Sol, la Luna y los otros planetas causa un momento angular. Esta fuerza provoca que el año trópico al que aludía anteriormente y que está definido por la posición del Sol no coincida con el llamado año sidéreo, que se define como el transcurso de tiempo empleado por la Tierra en volver a la misma posición en su órbita, ya que éste es ligeramente más largo. De este modo la posición del Sol en la bóveda celeste no es siempre la misma con relación al fondo de estrellas fijas en la misma fecha, sino que se desplaza unos 50 segundos de arco cada año.

 

La trayectoria del Sol en la bóveda celeste, como se decía más arriba, viene dada por la eclíptica, que cruza las llamadas constelaciones del Zodíaco, palabra que procede del griego y que significa rueda de los animales. En cada época del año el Sol está situado sobre una de estas constelaciones, así como también la Luna y los otros planetas del Sistema Solar, que se mueven en el mismo plano y, por tanto, también tienen trayectorias cercanas a la eclíptica. Según la astrología, estas posiciones relativas de los astros respecto a las constelaciones del zodíaco pueden influir en el destino de los seres humanos que nacen en ese momento. Por ejemplo, la constelación que marca el comienzo del invierno es Capricornio, que es llamada así no tanto porque su constelación tenga estrellas muy brillantes que evoquen la forma de una cabra como por la simbología que resulta de que los días comiencen a ser más largos, a crecer, a remontar, tal como lo haría ese animal. De esa misma manera el solsticio de verano queda definido por Cáncer, simbolizando el cangrejo el momento en que los días empiezan a acortarse, a ir para atrás como lo haría ese animal. La constelación de Libra define también el equinoccio de otoño, simbolizando el equilibrio entre la duración de los días y las noches.

 

ZodíacoSin embargo, ese sistema del zodíaco fue definido por los astrónomos babilonios y recogido por los antiguos griegos hace más de 25 siglos, tiempo durante el cual la precesión de la Tierra ha provocado que el Sol no se encuentre en la posición originalmente observada en relación a las constelaciones del zodíaco. De esta manera el día del solsticio de invierno el Sol se sitúa en la actualidad en la constelación de Sagitario, muy cerca de la posición que ocupa en el cielo el centro de nuestra galaxia, también llamado Sagitario A*. Dado que este punto concentra una enorme cantidad de masa, equivalente a varios millones de veces la de nuestro Sol en lo que se cree que es un agujero negro supermasivo alrededor del cual orbitan los miles de millones de estrellas que forman nuestra Galaxia y que supone el punto emisor más brillante en ondas de radio que hay en el cielo, no dejaría de tener una curiosa significación que el paso del Sol por ese punto coincida con el momento en que los días vuelven a alargarse si no fuera porque eso sucede de manera cíclica tras los 26.000 años que dura el llamado año platónico del ciclo de la precesión.

 

De hecho en no muchos siglos, el solsticio de invierno se producirá cuando el Sol se encuentre en la constelación de Ofiuco, también conocida como Serpentario ya que representa un hombre con una serpiente. Esta constelación no pertenece originalmente a la rueda del zodíaco, pero la eclíptica pasa por ella. También lo hace un par de días por la constelación de Cetus o de la Ballena durante la primavera. La precesión de los equinoccios y la trayectoria aparente del Sol en la bóveda celeste por constelaciones que no pertenecen al zodíaco suelen ser usadas como argumentos básicos en contra del esquema usado por la astrología más simple para ilustrar las evidentes inexactitudes astronómicas en que esta pseudo-ciencia incide. A pesar de ello, es de suponer que algunos astrólogos más rigurosos lo tendrán en cuenta en sus vaticinios, aunque yo no esperaría que también actualicen la lista de planetas enanos orbitando alrededor del Sol, que no para de aumentar gracias a la mayor sensibilidad de los telescopios actuales. Estos cuerpos tienen una masa similar a la de Plutón que, según los astrólogos, tiene una gran influencia en la vida humana a pesar de que la sonda más rápida construida por el ser humano, la nave New Horizons de la NASA, ha tardado casi una década en alcanzarlo.

 

No cabe duda de que la fecha del solsticio de invierno tiene para nuestra sociedad una importancia especial y así lo pone de manifiesto el que una vez que el cristianismo se convirtió en la religión dominante en Europa, se hiciera coincidir su fiesta más importante, la Navidad, con ese día. De esta manera se aprovechaba la simbología que suponía el momento en que la  luz volvía a elevarse en los cielos haciendo que los días fueran más largos con la conmemoración del nacimiento de Cristo, aunque haya bastantes indicios de que esto probablemente no ocurriera así. Al mismo tiempo se sustituían otras fiestas paganas que festejaban el mismo hecho pero adorando a otros dioses. También se significaba la importancia de esa fecha trasladando el comienzo del año romano desde Marzo hasta Enero. A pesar de ello, ha quedado en los nombres de algunos meses el vestigio etimológico latino de ese anterior comienzo anual dedicado a Marte, pues los meses septiembre, octubre, noviembre y diciembre tienen raíces etimológicas que apuntan a un orden diferente al que poseen en la actualidad. Estas coincidencias en el calendario estarían sin duda detrás de la motivación de volver a hacer coincidir el solsticio de invierno con la Navidad, arrebatándole a Santa Lucía ese día lo cual no ha sido óbice para seguir tomándola de referencia en espera del aumento del número de horas solares.