Recientemente he sido invitado a participar en una tertulia organizada por la ONCE sobre el cambio climático y la dependencia energética. Esta tertulia pertenece a un ciclo que usa como fuentes los archivos de libros de la ONCE leídos por lectores humanos, y películas con audiodescripción. Para esta tertulia a los participantes se nos invitó a leer el libro "Blues para un planeta azul", de Juan Cuello, y dos series: la española "Apagón" y la francesa "El colapso". Para aquellos interesados en escuchar la tertulia completa ponemos aquí el enlace de la misma:
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En realidad, las dos series que acabo de citar no tienen una relación clara con el cambio climático, sino más bien con una hipotética parálisis de la sociedad a causa de una falta de suministro energético. De hecho, la primera narra los efectos que tendría en la sociedad española una tormenta solar que produjera una eyección de material coronal capaz de destruir toda la infraestructura eléctrica, desencadenando que los habitantes dejaran de recibir suministros y energía, y narrando desde distintos puntos de vista las consecuencias terribles que tendría un suceso como éste para toda la sociedad, tan dependiente y vulnerable. Realmente, un evento tan terrible como éste no es tan improbable y, de hecho, ya sucedió en el pasado algo similar en 1859, conocido como evento Carrington, que provocó la práctica defenestración de la incipiente red de telégrafos. Obviamente, la dependencia que se tenía en aquella época de la red eléctrica no tiene nada que ver con la actual, por lo que las consecuencias de un fenómeno similar hoy en día serían mucho peores. Esto es lo que motiva que en los últimos años se hayan lanzado diversas misiones espaciales, como Solar Orbiter de la Agencia Espacial Europea, para profundizar en el estudio de la heliosfera y de su actividad con el fin de prever con suficiente antelación una posible tormenta solar que fuera capaz de destruir toda la infraestructura eléctrica de los países que en ese momento tuvieran la desgracia de estar orientados hacia nuestra estrella.
En la segunda serie, "El colapso", no queda clara la causa de que la sociedad deje de funcionar, aunque se insinúa al final que el cambio climático podría tener algo que ver. La serie se centra más en el comportamiento de los individuos ante la caída de todas las estructuras sociales. Muchas de las narrativas similares en este tipo de historias suelen hacer hincapié en la especial vulnerabilidad de ciertos colectivos, y siempre parece que se subraya que sólo aquellos mejor adaptados podrían ser capaces de sobrevivir. No obstante, parece por el contrario, y la historia de la humanidad está repleta de ejemplos que lo confirman, que son los grupos humanos que colaboran y protegen a los más débiles, los más aptos para adaptarse y continuar adelante incluso en las condiciones más adversas. Es posible, por tanto, que el colectivo de personas con menos posibilidades para sobrevivir por su cuenta, entre los cuales se encuentran sin duda las personas con discapacidad, podría tener un papel muy relevante para servir de pegamento social y para ejercer de elemento motivador para generar las dinámicas necesarias para colaborar y sobrevivir. Por supuesto, huelga decir que ese mismo papel lo podemos ejercer en cualquier tipo de circunstancias, independientemente de estar sufriendo una crisis social.
En todo caso, el vuelco social que podría ocurrir como consecuencia del cambio climático es probable que se establezca en un proceso lento en las próximas décadas, y no parece que vaya a ser de una naturaleza tal que vaya a provocar el fin de la sociedad en un plazo breve, al menos de manera global. No porque la amenaza que representa el cambio climático no sea real, sino porque los cambios se están desarrollando poco a poco, tan poco a poco que los gobiernos y los responsables de las estructuras económicas pueden permitirse el lujo de ignorarlo sin que parezca que dejan de atender los asuntos aparentemente más importantes o, al menos, más urgentes. Desgraciadamente, a principios del año 2024 las consecuencias del impacto del cambio climático son ya evidentes y no dejan de ser padecidas por la mayoría de la población mundial bajo la forma de sequías prolongadas, mayor proliferación de eventos climáticos extremos y récords de temperatura máxima año tras año. El seguir negando o cuestionando la relación directa entre la concentración de gases de efecto invernadero, principalmente el dióxido de carbono generado por la utilización masiva de combustibles fósiles, y la actividad humana, algo plenamente demostrado y conocido por toda la comunidad científica desde hace ya 50 años, al menos de toda la que no recibe incentivos económicos de la industria del petróleo o de los que se benefician de ella, es más un síntoma de ignorancia y egoísmo que de independencia intelectual, como algunos suponen erróneamente.
La vocación inclusiva de Astroaccesible no puede dejar de lado las representaciones de los datos usando medios alternativos a los visuales, y por eso compartimos aquí esta canción del calentamiento global, interpretada al chelo por Daniel Crawford, de la Universidad de Minnesota, y que muestra el aumento de la temperatura media del planeta desde los albores de la etapa industrial:
Podríamos llegar fácilmente a la conclusión de que en estas circunstancias, seguir estudiando los fenómenos que ocurren más allá de nuestra atmósfera, en unos tiempos en que la prioridad debería ser la de preocuparnos por superar la crisis climática, está de más y todos los científicos deberíamos de estar dedicados exclusivamente a la resolución de este problema, o de los derivados de sus efectos, como un mayor riesgo de pandemias, búsqueda de alimentos alternativos cuya producción esté más adaptada a las nuevas circunstancias o la pérdida de biodiversidad. No hay duda de que es completamente cierto que la ciencia tendrá mucho que decir en cómo vayamos a pasar este trance en unas condiciones que garanticen que la mayoría de la población mundial continúe con sus vidas en las más óptimas condiciones de bienestar. La ciencia será, por tanto, clave tanto para buscar estrategias que mitiguen el calentamiento, como para proponer las soluciones tecnológicas necesarias para adaptarnos a unas condiciones climáticas sin precedentes, que incluirán temperaturas extremas en muchos lugares del planeta, aumento del nivel del mar, escasez de agua potable y de alimentos de origen agrario o marino, oleadas de inmigrantes y un largo etcétera que ahora mismo no somos capaces ni de imaginar en caso de que la tendencia actual no cambie.
No obstante, la astronomía ha resultado fundamental para tener una visión global apropiada del problema climático y para contribuir a posibles soluciones o a contextualizar las que se propongan. Uno de los pioneros en la denuncia social del problema del cambio climático fue, de hecho, un astrónomo. El ya mítico Carl Sagan era conocedor de los efectos diversos que tiene la falta o exceso de concentración de dióxido de carbono en los planetas más cercanos. Sabemos que a pesar de encontrarse en la zona de habitabilidad de nuestro Sistema Solar, tanto Venus como Marte carecen de agua líquida en su superficie por tener temperaturas fuera del rango que lo permite. En el caso de Venus su concentración de dióxido de carbono es brutal, siendo el gas más abundante de su atmósfera, lo que provoca temperaturas medias de más de 400 grados en su superficie. Este gas tiene un origen geológico, pero evita que el planeta se enfríe porque absorbe casi toda la radiación solar. Por el contrario, Marte tiene una atmósfera muy tenue, debido a su gravedad menor y a que los vientos solares han arrancado la mayoría de la misma también debido a la ausencia de un campo magnético. Como consecuencia, Marte carece de efecto invernadero que hubiera producido una temperatura algo mayor para evitar que el agua se congelara o se evaporara por la falta de presión. Hay evidencias de la presencia pasada de agua líquida en Marte, pero hace ya varios miles de millones de años que ésta desapareció. La lección que estos dos planetas nos enseñan es que la concentración de CO2 resulta fundamental para regular el equilibrio térmico y que una ligera variación de la misma puede desencadenar un proceso muy nocivo para la habitabilidad de un planeta.
Lo tremendamente extraordinario y singular de nuestro planeta quedó también de manifiesto por la famosa fotografía captada por la sonda Voyager en su misión de exploración del Sistema Solar, cuando captó lo frágil e insignificante de nuestro mundo tal como se puede ver desde la distancia de la órbita de Neptuno. Esta fotografía también fue propuesta por Sagan y recibe hoy en día el nombre de "Pálido punto azul". Esas condiciones ambientales idóneas para la presencia de agua líquida y de vida no han sido encontradas ni en el Sistema Solar ni en ninguno de los más de 4000 planetas extrasolares descubiertos hasta la fecha. Si bien es verdad que aún hemos de conocer muchas cosas sobre las características de estos nuevos mundos, con nuevas misiones espaciales como PLATO, capaz de analizar el contenido de las atmósferas de muchos de estos nuevos planetas, es muy complicado que podamos tener uno de ellos a mano en caso de necesitar nuevos lugares a los que huir o explotar para mantener nuestro actual sistema económico basado en el crecimiento indefinido. Esto nos enseña que esa opción sencillamente no existe a corto plazo y deberíamos, entonces, concentrarnos en cambiar ese sistema para hacer más sostenible nuestro propio mundo, sin descartar por ello potenciales futuras acciones a medio o largo plazo que nos hagan expandirnos, pero eso no ocurrirá antes de hacer más sostenible nuestro propio planeta.
La contribución de la astronomía no termina ahí, ya que la observación desde el espacio de nuestro propio mundo revolucionó la manera en que el clima y el tiempo meteorológico pasaron a ser entendidos. El lanzamiento de satélites de observación meteorológica en la década de 1960 sentó las bases del conocimiento del clima global y los mecanismos que lo gobiernan. Por ejemplo, el equipamiento de estos observatorios espaciales con cámaras infrarrojas es lo que permitió tomar medidas de la temperatura de las nubes y la superficie terrestre, ayudando también a mejorar los modelos calculados por ordenador de la evolución futura del tiempo meteorológico, es decir, en escalas de días, y del clima, a escalas temporales mucho mayores.
Puede incluso que la solución a nuestra dependencia energética la podamos encontrar en uno de los mayores objetos de estudio de la astrofísica, como son las estrellas. Si fuéramos capaces de usar de manera controlada las reacciones de fusión nuclear para generar energía, la dependencia que tenemos ahora mismo de los combustibles fósiles quedaría reducida a cero. Las reacciones de fusión es lo que les permite a las estrellas generar energía de forma casi ilimitada, convirtiendo núcleos ligeros de hidrógeno en otros más pesados con una creación neta de energía, en una reacción controlada por la propia gravedad de las estrellas en sus centros. A diferencia de la fisión nuclear, la que usan las centrales nucleares hoy en día, no genera residuos radiactivos, uno de los mayores inconvenientes que tiene ahora mismo la energía nuclear. Todos tenemos puestas esperanzas en los resultados del proyecto internacional ITER, cuyo fin es construir un reactor de fusión fría con un plasma confinado por un campo magnético, pero, lamentablemente, la falta de financiación impedirá que esto produzca resultados en un periodo que nos ayude a eliminar nuestra dependencia de los combustibles fósiles a tiempo para reducir nuestro impacto en el clima.
La astronomía también ha contribuido a comprender mejor la naturaleza de otros cambios climáticos producidos en el pasado por una causa natural, como por ejemplo por una excesiva actividad geológica, el impacto de meteoritos o variaciones en la órbita de la Tierra alrededor del Sol. Por ejemplo, son conocidos y aceptados los llamados ciclos de Milankovitch, alteraciones periódicas de la excentricidad de la órbita elíptica de la Tierra alrededor del Sol, la inclinación de su eje y el periodo de precesión, todos con periodos de miles de años, que han regulado los periodos glaciales durante toda la historia de la Tierra. La salida de uno de estos periodos, hace unos 12000 años, impulsó el comienzo de la revolución agrícola y el Neolítico, pero siempre en escalas de tiempo muy superiores a la del actual cambio climático que estamos experimentando. El análisis de estos factores en el pasado en comparación con los valores de temperatura media y de la concentración de dióxido de carbono, algo que puede hacerse con gran precisión gracias a las burbujas de aire encerradas en el hielo antártico, demuestran que no hay ahora mismo ningún factor natural que explique el actual calentamiento a la escala temporal que se está produciendo. La única explicación es la actividad humana y la concentración de CO2 por quema de combustibles fósiles.
Conocer el entorno de nuestro planeta y elaborar por tanto una casuística completa de lo que ha podido suceder en otros mundos, o en el pasado del nuestro, son claves para comprender lo que sucede en este en el presente y cómo nuestra acción ayuda a modificarlo y a prever lo que puede suceder en el futuro. La astronomía es, por tanto, una rama que no sólo ayuda a comprender mejor cómo es el Universo, sino a poner en contexto nuestro propio planeta y a conocer qué acciones podemos hacer para cambiar un destino que no está ni mucho menos escrito, porque no paramos de escribirlo nosotros mismos día a día.