La historia de la ciencia está plagada de casos en que los científicos han antepuesto a su propia salud el afán por aumentar el conocimiento y contrastar, mediante arriesgados experimentos, expediciones u observaciones, sus teorías o las de otros. En el caso de la astronomía son conocidos algunos observadores que han arriesgado su propia vista con tal de captar eventos astronómicos. No obstante, probablemente el ejemplo más paradigmático de este sacrificio científico en astronomía no es tal, pues aunque la ceguera que contrajo Galileo Galilei -pionero en el uso del telescopio para el estudio del cielo- se atribuye a la observación directa del Sol, la pérdida de visión le sobrevino muchos años después de dichas observaciones y siendo ya un anciano septuagenario retirado en su mansión. Se sospecha, en cambio, que Galileo perdió la vista debido a algún proceso de glaucoma o de cataratas.
Parece que en fechas tan tempranas como el siglo XIII, el astrónomo francés Guillermo de Saint Cloud ya puso de manifiesto por escrito la inconveniencia de la observación directa del Sol. A pesar de sus recomendaciones hay constancia de que algunos astrónomos posteriores han sufrido de manera temporal los excesos en la observación directa del astro rey. Tal es el caso de un contemporáneo de Galileo, el inglés Thomas Harriott, que pudo incluso apuntar con su telescopio refractor hacia el cielo antes incluso que el célebre físico italiano. Harriott fue el primero en informar de la presencia de manchas solares, lo que contribuyó a desterrar la idea de Aristóteles de la inmutabilidad de los cielos. Harriott sufrió una ceguera temporal debida a la observación directa y excesiva del Sol. Lo mismo acaeció a uno de los mayores genios de la ciencia en la historia de la humanidad: Isaac Newton, a quien en su juventud se le ocurrió “experimentar” con su propia vista para comprobar cuánto tiempo podía aguantar mirando sin pestañear a nuestra estrella. Aunque aquella experiencia le provocó problemas oculares, ninguno que se conozca fue permanente.
Otro de los casos notables de los sacrificios por la astronomía le ocurrió al físico belga Joseph Plateau (1801-1883). Plateau realizó un experimento similar al de Newton, observando durante veinticinco segundos el Sol de manera directa. A raíz de aquello perdió parcialmente la vista de manera temporal por unos días. Pero pasado ese período se recuperó y pudo seguir dedicándose a la ciencia de manera más que brillante.
Desgraciadamente, a los treinta y nueve años Plateau sufrió un rápido proceso degenerativo ocular que le llevó a perder en poco tiempo la visión de ambos ojos y que Plateau achacaría a sus experimentos con el Sol. Sin embargo, se piensa que la ceguera de Plateau pudo ser debida a una uveitis crónica no relacionada con sus observaciones. Pero el hallazgo de la verdadera causa de la ceguera de Plateau es relativamente reciente y siempre se ha puesto a Plateau, al igual que a Galileo, como ejemplos de sacrificados científicos que dieron su vista para mayor gloria de la ciencia.
Un científico multidisciplinar
Plateau no había sido un astrónomo propiamente dicho, sino un físico experimental y durante la etapa previa a la pérdida de la visión destacan, curiosamente, sus trabajos sobre la percepción visual, incluyendo artículos sobre la percepción de los colores, la geometría de ciertas curvas que aparecen como consecuencia del movimiento de líneas iluminadas o sobre la persistencia de la imagen en la retina (postuló que los tiempos necesarios para que una imagen quede impresionada y después se borre de la retina son pequeños, pero no despreciables, y que son diferentes entre sí). Esos estudios le llevaron a explicar de manera lógica numerosas ilusiones ópticas relacionadas con cuerpos en movimiento, como el aspecto lineal de las gotas de lluvia, de las ruedas rotando de los vehículos o incluso la estela de los fuegos artificiales o las estrellas fugaces. Estas experiencias y sus conclusiones llevaron a Plateau a idear el antecesor del cinematógrafo, mediante una sucesión de imágenes fijas que dan lugar a la apariencia de una escena en movimiento. En su honor, los premios de la Academia belga de cine llevaron su nombre entre 1985 y 2006.
A partir de 1845 la vida profesional de Plateau no se detuvo a causa de la ceguera. El apoyo y la colaboración de sus colegas y de sus familiares se volvió imprescindible, pero consiguió que el gran talento y capacidad para diseñar experimentos, analizar resultados y exponerlos de manera sencilla y convincente del gran físico belga no se viera mermada durante los siguientes cuarenta años. Destaca la labor de su esposa, que actuaba de lectora y escribiente, de su hermana, ilustradora de sus publicaciones, o de su yerno, que le ayudaba en las exposiciones y acabó siendo su biógrafo. En esta etapa las contribuciones de Plateau al conocimiento de la capilaridad y la tensión superficial de los líquidos o al planteamiento matemático del llamado problema de Plateau (¿cuál es la superficie mínima que crea una curva dibujada en un plano cuando la hacemos rotar alrededor de alguno de los ejes contenidos en al plano?) resultaron de gran valor para el avance la física experimental y las matemáticas en la segunda mitad del siglo XIX.
Por tanto, Joseph Plateau es un ejemplo para todas las personas con discapacidad visual. Su entusiasmo, fuerza vital, optimismo y espíritu de superación, subrayados por su yerno Gustaf Van der Mensbrughe en su biografía, contagiaron a sus profesores, colegas y estudiantes. Sus contribuciones a diversos campos de la física y las matemáticas, entre ellos de la percepción visual, son reconocidos aún actualmente y, aunque probablemente no pueda ser considerado como un verdadero mártir de la ciencia, su ejemplo debe ser difundido y recordado.