Una de las características más notables del ser humano, al menos una de las que nos distingue como especie del resto de seres vivos que conocemos, es nuestra capacidad para hacernos preguntas sobre nuestro lugar en el Universo. Tanto nuestros sentidos como la propia existencia de ese pensamiento y de tener una conciencia de nuestra existencia nos hacen destacar como especie y tener una visión subjetiva de superioridad y preponderancia entre todas las demás especies animales y vegetales de nuestro planeta. Ese sentimiento de superioridad se ha visto reforzado desde hace milenios por nuestra perspectiva anómala del lugar que nuesto hogar, el planeta Tierra, tiene en el espacio.
A pesar de ello los últimos quinientos años han servido para ayudar a mejorar la concepción de ese lugar por medio de mejores medios para hacer observaciones astronómicas y de la implantación del sentido crítico que suponía la adopción del método científico. De esta manera, de una visión geocéntrica donde ocupábamos el centro del Universo y éste giraba alrededor de nuestro ombligo, se ha ido desbancando a nuestro pequeño planeta a un sitio sin importancia, al menos en lo que se refiere a ocupar un lugar privilegiado. Primero se desplazó a la Tierra del centro del Sistema Solar a no ser más que uno más de los planetas que orbitan alrededor del Sol. Luego se supo que el Sol no es más que una entre los cientos de miles de millones de estrellas que componen nuestra galaxia, la Vía Láctea, y que lejos de ocupar su centro como al principio se pensaba, se encuentra a casi 30.000 años-luz de éste. Para finalizar hace menos de un siglo que sabemos que nuestra galaxia no es la totalidad del Universo, sino una galaxia de tamaño medio entre otras dos billones que se piensa que componen este Universo tan vasto que es imposible darle cabida de manera racional en nuestras mentes tan limitadas. Sigue siendo cierto que nuestros sentidos nos embaucan transmitiéndonos la idea de que somos el centro de una Tierra plana, alrededor de la cual giran todos los astros y que desde nuestra posición todas las galaxias se alejan de nosotros y ocupamos el centro del Universo observable, aquel que puede vislumbrarse usando la luz como fuente de información hasta el momento en que el Universo se creó a partir de una Gran Explosión. En realidad la propia limitación temporal es la que nos impide saber qué hay más allá de ese límite y, como suele ocurrir, esa posición no es más privilegiada que la que puede tener cualquier otro observador en cualquier otro lugar del Universo.
El principio antrópico, aquel que defiende el lugar privilegiado del ser humano en el Universo, no se ve por tanto confirmado por nuestro lugar marginal dentro del mismo. Otro posible refuerzo, sin embargo, a esta sensación de predominio viene dada por la aparente ausencia de vida y especies inteligentes en otros sitios del Universo. Por supuesto, esa aparente ausencia puede ser sólo consecuencia de nuestra incapacidad hasta el momento por hallarlas, pero es cierto que el celebre físico italiano Enrico Fermi defendió que era una paradoja que hasta ahora no hubiésemos entablado contacto con ninguna de estas civilizaciones si es cierto que hay más, además de la nuestra.
En los años 60 del siglo pasado el radioastrónomo americano Frank Drake planteó una ecuación que trataba de cuantificar el número de civilizaciones inteligentes que podían estar conviviendo con nosotros en la galaxia con suficiente poder tecnológico para dominar la radioastronomía y poder recibir o enviar mensajes para comunicarse con nosotros. La estimación de ese número depende de cantidades que aún estamos lejos de conocer. Una de ellas es el número de estrellas con planetas capaces de albergar vida. El número de planetas extrasolares detectados se está viendo multiplicado en los últimos años gracias a la mayor sensibilidad de los telescopios y en los avances en las técnicas de detección. Hoy se piensa que casi todas las estrellas tienen planetas orbitando en torno a ellas.
La cuestión sobre si estos planetas pueden albergar vida y si esta vida puede mantenerse lo bastante para acabar dando lugar a seres complejos e inteligentes ya no está tan clara. Nuestro Sistema Solar tiene una historia y una configuración que ha ayudado a que nosotros estemos hoy aquí haciéndonos estas preguntas y no sabemos cuán fácilmente estas mismas condiciones se pueden repetir o si otras condiciones pueden conducir a formas de vida completamente diferentes a lo que conocemos o podemos imaginar. La presencia de agua líquida en un planeta rocoso que esté a una distancia de su estrella adecuada no es un fenómeno tan raro en otras estrellas. Sí lo son, no obstante, que ese planeta tenga un satélite grande que ayude a estabilizar la trayectoria orbital del planeta, lo cual mitigaría las variaciones climáticas, o que ese planeta tenga un campo magnético que ayude a desviar los vientos estelares perjudiciales para el desarrollo de la vida, o que haya dos gigantes gaseosos en las afueras del sistema Solar, uno que atrae a la mayoría de cometas y asteroides potencialmente peligrosos para los planetas interiores y otro que ayuda a estabilizar la trayectoria del primero, lo que evita que se desplace a distancias menores del sistema y acabe con los planetas rocosos. También parece ser importante que los planetas orbiten en torno a estrellas de tipo amarillo y no enanas rojas, lo que ayuda a que se reciba radiación ultravioleta que impulsa la aparición de mutaciones y una evolución de las especies, pero que son lo bastante duraderas como para permitir que éstas tengan varios miles de millones de años para desarrollarse. También han tenido un papel fundamental en nuestra evolución la proporción de agua en la superficie que dio lugar a continentes y océanos, y la tectónica de placas, que es imprescindible para regular la cantidad de carbono en la atmósfera y, por tanto, su temperatura. Además, la trayectoria y posición del Sol dentro de nuestra galaxia y de ésta para no sufrir encuentros frecuentes con otras galaxias similares, parecen ser de gran importancia para evitar interacciones con regiones de formación estelar, explosiones de superrnova o agujeros negros superrmasivos. Todos estos factores reducirían bastante la tasa de incidencia de seres como nosotros en entornos próximos. En todo caso, esto no deja de ser puramente especulativo y aún estamos aprendiendo cosas sobre la excepcionalidad o no de nuestro hogar. Bien pudiera ser que una vez llegado a cierto nivel de avance tecnológico cualquier civilización termina por autodestruirse, lo cual explicaría también nuestros problemas para contactar con ellas.
El principio antrópico también encuentra una formulación mucho más robusta en lo aparentemente excepcionales y específicas que son las leyes físicas y las condiciones iniciales de nuestro Universo para haber desembocado en nuestra presencia en él, en contraposición a la casi infinita lista de otras posibilidades que lo hubieran impedido. Se sabe que el origen del Universo fue una Gran Explosión o Big Bang hace 13.700 millones de años donde a partir de un solo punto de densidad infinita nacieron todos los elementos que lo componen hoy en día, incluyendo radiación, materia bariónica, la que conocemos, y oscura, la que aún no entendemos, y energía oscura, responsable de que la expansión se acelere y el Universo no se contraiga jamás. Sin embargo una pequeñísima variación en las condiciones iniciales en que se produjo esta explosión o la proporción de estos elementos hubiera llevado a Universos muy diferentes de éste. Una velocidad sólo algo menor hubiera hecho que la fuerza de la gravedad dominara enseguida sobre las demás fuerzas haciendo que la materia permaneciera toda unida y, en contraste, una velocidad inicial sólo un poco mayor o una densidad de materia algo menor hubiera impedido que se hubieran condensado ciertas regiones de materia para dar lugar a estrellas y galaxias, sino que la materia se hubiera expandido sin fin, alejándose todas las partículas unas de otras. De la misma forma las galaxias se formaron sólo como producto de ligeras y adecuadas perturbaciones en la densidad de materia que huberan dado lugar a estructuras o ausencia de ellas muy diferentes sólo de haber sido de una magnitud algo mayor o menor. Las mismas relaciones de proporcionalidad entre las fuerzas fundamentales de la naturaleza, gravedad, electromagnetismo, fuerzas nuclear fuerte y débil, es lo bastante precisa para que los átomos pudieran crearse de manera estable y que pudieran fusionarse en el interior de las estrellas para dar lugar a las especies químicas que hoy son parte fundamental de la vida. Es decir, todo un cúmulo de circunstancias casi milagrosas que desembocaron en nuestra presencia hoy aquí.
Existe un intenso debate sobre si este Universo es único y se ha producido sólo para que la vida resulte posible en él o simplemente si estamos aquí sólo como fruto de una casualidad entre otros muchos Universos posibles que han dado lugar a realidades muy diferentes. En todo caso la historia de la astronomía y la biología nos han enseñado que cualquier vestigio de predominio de nuestra especie entre todas las demás son fruto de una perspectiva anómala y una profunda ignorancia así que no debemos seguir cayendo en el mismo error a pesar de las apariencias.