Se acaba de publicar en castellano el libro “Las palabras del cielo” , en francés “Les mots du ciel”, del investigador del Instituto de Astrofísica de París Daniel Kunth. El Dr. Kunth es un astrofísico de dilatada y reputada trayectoria científica, con el que además he tenido la fortuna de trabajar, pero en este caso profundiza en su faceta más humanista y ahonda en las raíces de las palabras que usamos para hablar del cielo y en como éstas son usadas también en la vida cotidiana. Este es un libro exquisito que acerca el estudio del Universo a todas las personas porque usa el mayor vínculo que todos poseemos para relacionarnos los unos con los otros y para dotar a la naturaleza de un ente comprensible: el lenguaje. Kunth realiza un viaje muy ilustrativo para mostrarnos que la astronomía está muy presente en el lenguaje cotidiano y en muchas expresiones y vocablos que aparentemente nada tienen que ver con la observación del cielo. A la inversa la terminología astronómica se alimenta de las experiencias y las reflexiones de todas las civilizaciones que han contemplado el firmamento y han dejado su huella en nuestra herencia lingüística, comenzando por los antiguos griegos, los romanos, los árabes y la actual herencia anglosajona que no para de verter nuevos términos y neologismos a nuestra manera de expresarnos.
Algunas de las huellas de los astros en nuestro lenguaje vienen dadas por la impresión en la Antigüedad de que la Tierra no era más que un espejo imperfecto que reflejaba la perfección de los cielos y que muchos de los astros y los movimientos que se podían observar en ellos podían servir para entender lo que ocurría o lo que iba aocurrir aquí abajo, tal como Daniel Kunth nos cuenta en su libro. De esa manera, por ejemplo, la palabra desastre equivale precisamente a no disponer de esa referencia celeste y, por tanto, a ser sinónimo de que las cosas no van a ir nada bien, a no tener estrella. En esa misma línea la palabra considerar, que proviene del latín sidereus, que significa astro, nos da la connotación de que observar el cielo es observar todo lo que nos rodea de una manera reflexiva y atenta. Por el contrario, desear, del latín desiderare, o carecer de astro, es algo que sucede cuando pensamos sobre el Universo sin contemplarlo, dando rienda suelta a la imaginación. El Universo estaba representado en griego por la palabra cosmos, que era equivalente a orden y belleza. De ahí han surgido herederos tan extraños como cosmética, que tiene como fin hacer que algo parezca más atractivo y hermoso.
Los movimientos de los astros tienen su impronta en muchos de nuestros términos. En un principio se pensaba que esos movimientos eran círculos que reflejaban esa perfección, así que cuando Kepler descubrió que, en realidad, se trataban de elipses donde el Sol, que guiaba el movimiento de los planetas, o la Tierra el de la Luna, sólo ocupaban uno de los focos, un punto que se alejaba del centro, se tomó la palabra excéntrico, que se aleja del centro, como sinónimo de algoque se aparta de lo común, que es extraño y hasta diríamos que inaceptable. En astronomía se define la excentricidad de una órbita de tal manera que es mayor cuanto más se aparten los focos del centro. La variación de la distancia entre la tierra y la Luna, por ejemplo, se refleja en que cuando está más lejos decimos que está en el apogeo, su punto más alejado, más elevado, algo que tomamos prestado para mostrar algo que está en su mejor momento. De la misma forma decimos que algo declina cuando empieza a ir peor, a alejarse de su punto de máximo esplendor. La declinación es un ángulo que sirve para definir la distancia entre un astro y el ecuador celeste, que es el plano perpendicular al eje de rotación de la Tierra.
Los cuerpos del Sistema Solar tienen un lugar especial en el libro de Kunth y allí aprendemos la gran influencia que ha tenido la astrología y el calendario en muchas de las palabras que usamos hoy en día. Por ejemplo, se habla del ascendente de algo sobre alguien cuando queremos decir que tiene gran influencia. En astrología se denomina así a la constelación que está ascendiendo sobre el horizonte en el momento del nacimiento de una persona, con lo que los astrólogos piensan que tiene relevancia en su personalidad y su devenir. Los planetas han recibido nombres de dioses que en la mitología griega y romana tenían fuerte personalidad y características muy concretas que se asociaban a los propios planetas o a elementos químicos que se encontraban en abundancia en la Naturaleza. El rápido y volátil Mercurio, dios mensajero y del comercio, dio lugar a todo lo mercantil; el brillante Venus, estrella del alba, también visible por las tardes que dio lugar al término vespertino y que también se identificaba con la Diosa del Amor y todo lo venéreo. El planeta Marte, dios de la guerra por su color rojizo, al igual que el del hierro, metal con el que se forjan las armas, que ha dado pie a lo marcial. Como ejemplo final, aunque Kunth hace un repaso extensivo de todos los objetos del Sistema Solar, el planeta Júpiter, padre de todos los dioses, y de la alegría y la felicidad, que ha dado lugar al térmno jovial. Nuestro propio satélite, siendo este un término prestado del griego y que simboliza una especie de guardaespaldas, nos deja el término lunático, como ejemplo de alguien que no está en la Tierra, que no está en sus cabales.
Los movimientos del Sol han dejado multitud de términos que tienen su máxima relevancia en la manera en que definimos los puntos cardinales. Así, el este también es llamado Levante u Oriente, que viene del latín oriens, el que se levanta; mientras el Oeste se llama también Poniente u Occidente, que viene de Ioccens, el que cae, hasta llegar al ocaso, palabra que desina el momento en que el Sol cae por detrás del horizonte al atardecer y que también designa el fin de algo o alguien. Otras estrellas y su posición también han dejado su infuencia en términos que ahora relacionamos más con la estación del año y la meteorología. Por ejemplo, la palabra canícula, que denota un excesivo calor generalmente durante el verano, viene de la denominación de la estrella Sirio, también llamada el Perro de Orión, que empezaba a ser distinguida a simple vista por la noche, lo que se llama el orto helíaco, en la época en que el calor apretaba más.
Otras veces, el cielo y el Universo, dada su magnitud son también muestra de algo tan vasto y grande que no puede ser descrito con palabras. De tal manera la palabra astronómico también simboliza una cantidad o una cifra extremadamente grande. La palabra sideral va por los mismos derroteros y suele ser sinónimo de algo tan extraordinario que no puede ser descrito con palabras mundanas.
Con este magnífico tratado Kunth nos enseña que mirar al cielo no es sólo apuntar con los ojos o con un telescopio a los astros de noche, sino que a veces también es escuchar y preguntarse la relación entre la naturaleza y la manera que tenemos de describirla o de describir sucesos o cosas que se le asemejan. La herencia histórica de los innumerables pueblos que han dejado su suellas en nuestro idioma y que también se interesaban por lo que acontecía en los cielos es una muestra aún viva y palpitante de todo ello. Por ello animo a todos a sumergirse en “Las palabras del cielo” y la magnífica habilidad de Daniel Kunth para hacer que nos interesemos por la astronomía y la astrofísica por medio de las palabras.