Cuando las generaciones venideras repasen el transcurso de la historia y pasen a juzgar de manera crítica los tiempos que nos ha tocado vivir a nosotros, quizá lo hagan atendiendo a muy diversos criterios. Muchos expertos coincidirán en señalar estos años de cambio de milenio como aquéllos en que se está produciendo la que podríamos denominar como tercera revolución tecnológica e industrial en menos de doscientos años, la digital y la de la propagación casi instantánea de la informaciòn. Aún estamos atravesando una encrucijada de esta revolución, ya que no sabemos a dónde nos conducirá, y aunque parece que puede ayudar a aumentar la libertad de expresión y la expansión del conocimiento, también puede ser usada como vehículo de la desinformación interesada, la manipulación de la información y el control de las masas. De lo que no cabe duda es de que las nuevas tecnologías de la información, al igual que ha ocurrido en otras épocas con otros avances, no son más que una herramienta al servicio del fin al que se quieran poner y, en sí mismas, no tienen ningún contenido ético ni ninguna ideología política.
Es muy probable, no obstante, que esas generaciones de dentro de mucho tiempo juzguen nuestra época como caracterizada por otros rasgos que están más acentuados que en otros momentos de la historia, incluidos posiblemente los venideros: se trata del capitalismo y del nacionalismo. La sociedad de mercado consumista y desregularizada domina hoy en día la economía como nunca antes lo había hecho y la identificación nacional de los pueblos y el sentimiento de pertenencia a un colectivo en particular ha estado más marcado en el último siglo que en ninguna otra época, como demuestra el hecho de que las guerras más cruentas se han producido en ese periodo. Ambos conceptos y filosofías del mundo constituyen actualmente el motor de muchas de las actividades humanas, hasta el punto de que otras posibles motivaciones que en otros momentos de la historia eran o serán mucho más importantes, como la religión, mírese hacia atrás, o la ecología, mírese hacia adelante, son considerados como secundarias, si no del todo irrelevantes. En este sentido me llama mucho la atención la identificación que ciertos individuos hacen con los logros ajenos sólo porque éstos fueron conseguidos por paisanos, sobre todo en el ámbito deportivo. Esta identificación nacionalista, que puede ser causa suficiente de la satisfacción personal de muchos individuos, tiene su causa en la educación misma de la población y en el bombarrdeo mediático de ciertos eventos y en el enfoque que se hace de los mismos Por tanto, es complicado de revertir o de corregir, pero sí que podría aprovecharse para lograr fines a nivel colectivo que además fueran beneficiosos y productivos para toda la sociedad.
En un artículo anterior hablaba de la importancia económica y del prestigio internacional que tendría para un país apoyar con mayor decisión la inversión tecnológica y humana en la carrera espacial. Aunque las ventajas de dicha inversión son claras a corto y largo plazo para la economía de una nación, es cierto que en el proceso de identificación nacional, estos éxitos quedan diluidos por tratarse la mayoría de las veces de consorcios internacionales con equipos con miembros de multitud de países. Ese simple hecho rebaja considerablemente las expectativas que algunos países tienen en esa inversión. Por eso, en esta ocasión, quisiera hacer enfocar la atención en otro posible objetivo que sería motivo de orgullo para un país y que supondría una importante motivación a nivel colectivo equivalente, por ejemplo, a haber vencido en la Copa del Mundo de fútbol, pero cuyo simple planteamiento supondría una mejora considerable en la educación y calidad de vida de la toda la población a diferentes niveles. Me refiero a la concesión de un Premios Nobel de ámbito científico.
El premio Nobel es el galardón más prestigioso y el mejor remunerado del mundo en ciertas áreas del conocimiento, incluyendo literatura, medicina, química, física y, más recientemente, economía y paz. Los premios los organiza la Fundación Nobel de Suecia anualmente y fueron entregados por primera vez en 1895 como legado póstumo de Alfred Nobel, quizá para tratar de compensar a la humanidad por su invento de la dinamita. La concesión de un premio Nobel es el reconocimiento máximo que se puede alcanzar en cada una de esas ramas del conocimiento. En los ya casi 120 años de historia del premio, España ha dado a la humanidad un puñado de talentos que han recibido el premio Nobel. Son conocidos los cinco premios Nobel de Literatura que han recibido prestigiosos escritores españoles y unos cuantos más en lengua hispana, como corresponde a la amplia trayectoria literaria de nuestro país, acorde con la capacidad creativa que históricamente se ha alcanzado. Otra cuestión aparte son las ramas científicas y las áreas de Economía y de la Paz. Nuestro honor patrio es salvado por los dos únicos premios Nobel en el área de Mediciona y Fisiología otorgados a Santiago Ramón y Cajal en 1906, por sus aportaciones pioneras en el estudio de las neuronas, y a Severo Ochoa en 1959, por su trabajo en el ámbito de la bioquímica con las enzimas que procesan los ácidos nucleicos, aunque este último desarrollara el grueso de su carrera científica trabajando en Estados Unidos.
La gran cantidad de becas, premios, fundaciones o institutos de investigación que tienen el nombre de estos dos grandes científicos en España atestigua el valor real y simbólico que posee la concesión del Nobel. Sin embargo, a pesar de la testimonial presencia de Cajal y Ochoa en el largo listado de premios Nobel en áreas científicas, considero que es especialmente decepcionante y hasta vergonzoso para nuestro país que ahí se acaben los premios Nobel en ciencia que han nacido y que se han formado aquí. Resulta sonrojante que para un país que presume de estar entre las diez mayores economías del mundo y que exige un mayor protagonismo a escala internacional de acuerdo con su peso histórico, cultural y económico no aparezca ni un solo nombre en la lista de ganadores del Nobel de Física o Química en casi 120 años, cuando en la misma hay nombres de hasta 30 países diferentes, aunque Estados Unidos es, con diferencia, el país que destaca en ambas listas. Ni siquiera el ya muy manido aforismo atribuido a Miguel de Unamuno de “Que inventen ellos” puede tomarse como excusa de la falta de interés y de apoyo que tradicionalmente España ha prestado a la ciencia y que tiene como síntoma más evidente la falta de galardonados al máximo nivel. Desde mi punto de vista, por tanto, hacer que un científico o científica españoles se incorporen a ese listado es algo que debería ser una prioridad equivalente a la que han supuesto otros retos que se han planteado para incorporar a España a la élite internacional una vez llegada la normalización democrática, hace ya casi cuarenta años.
Como es obvio, formar a una persona para que gane el premio Nobel no es tarea fácil y, de hecho, ganarlo depende de factores difícilmente controlables a corto plazo, pero sí se pueden sentar las bases que favorezcan la formación de nuevos talentos, su incorporación a la carrera científica con tramos bien planificados y asentados que desemboquen en la estabilidad laboral y el establecimiento de medios financieros y humanos suficientes para el mantenimiento a largo plazo de equipos con una trayectoria investigadora consolidada, si hace falta, fichando a talentos extranjeros, igual que se hace en otros ámbitos. Por cierto, todo este sistema empezó a implantarse hace ya algunos años, aunque de manera aún algo tímida, antes del comienzo de la crisis y de su posterior y desmantelamiento.
Paradójicamente se ha querido incidir con los últimos presupuestos de ciencia en el apoyo a equipos con la etiqueta de “excelentes” pero, de esta manera, no se propicia que se multipliquen las posiblidades de llegar a resultados cientificos relevantes, ya que la mayoría de ocasiones el llegar a un resultado depende más del empeño y la competencia de un número de grupos elevado de investigadores que del trabajo de unos pocos, aunque éstos sean los mejor preparados.
Lamentablemente, la obtención de los premios Nobel de ámbito científico cuentan con diversos factores que multiplican la dificultad. En primer lugar, sólo se otorga a investigadores cuyo trabajo, de alto impacto y repercusión, ya haya sido confirmado y aceptado por toda la comunidad o cuya aplicación directa esté ya consolidada, y, en segundo lugar, no se concede póstumamente, lo que hace que muchos científicos que no siguen vivos cuando les llega el reconocimiento a su trabajo puedan recibir el galardón. Por poner un ejemplo, el premio Nobel de Física de 2013 fue otorgado al físico británico Peter Higgs por su trabajo realizado durante los años 60 para predecir teóricamente la existencia del llamado “bosón de Higgs”, responsable de que todas las otras partículas tengan masa, pero que no pudo ser detectada expermentalmente hasta 50 años más tarde en el Gran Colisionador de Hadrones construido por el CERN entre Francia y Suiza. Este año 2015 el premio de Física ha ido a parar a Takaaki Kajita, de la Universidad de Tokio, y Arthur B. McDonald, de la canadiense Universidad Queen's «por el descubrimiento de las oscilaciones de neutrinos, lo que demuestra que los neutrinos tienen masa».
Entre los premiados podemos encontrar también un discapacitado visual, el inventor e industrial sueco, Gustaf Nils Dalén, que recibió el premio de Física en 1912 por su invención de una lámpara de gas de flujo autoregulado que se usaba para la iluminación de calles y hogares. Justo el año del premio, Dalén perdió la vista por una explosión accidental de acetileno en una de sus fábricas durante una comprobación. A pesar de que probablemente la Academia de ciencias sueca tuvo en cuenta este hecho para concederle el premio, Dalén siguió dirigiendo su empresa 25 años más y firmó más de 100 patentes de diseños de lámparas y motores. Sin embargo, la Academia no ha sido tan condescendiente con el célebre físico británico Stephen Hawking, aquejado de esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa que afecta al sistema nervioso y que le impide tener movilidad, pero que no le ha impedido continuar con su trabajo de investigación, enseñanza y divulgación gracias, además de a su empeño y brillantez, a las adaptaciones tecnológicas. Hawking no ha recibido ningún premio Nobel porque su trabajo teórico ha versado principalmente en el estudio de las singularidades espacio-temporales más conocidas como agujeros negros, prediciendo algunas de sus propiedades, pero cuya confirmación experimental u observacional es difícilmente alcanzable con los medios actuales. No obstante, a pesar de no recibir el máximo reconocimiento posible de investigación, ha recibido muchos otros, sumado al respeto y cariño de toda la comunidad académica y del público en general.
En resumen, un plan serio, organizado, planteado a largo plazo para que una sociedad como la de nuestro país tenga una mayoría de indiviuos con una formación cientifica y técnica de base, un entramado organizativo que permita a los talentos y a los vocacionales formarse y dedicarse profesionalmente a la ciencia, un conjunto de condiciones que animen a la empresa privada a aprovechar los conocimientos y la experiencia adquiridos y una apuesta financiera continuada por los grupos de investigación, incorporando a expertos foráneos y reteniendo a los propios, aunque no garantiza la concesión de un premio Nobel en las áreas en que este se otorga, aumenta las posibilidades exponencialmente, ayudando a aumentar la motivación, la ilusión y el interés por la ciencia. Si el premio para España que tiene apostar por estas acciones no es evidente en sí mismo, quizá lo sea la recompensa que supondría para nuestro país la consecución de un premio como el Nobel.